diumenge, 1 de febrer del 2009

Converses sobre la ira


Reprodueixo, altra cop, parts d’un dels tractats morals de Sèneca: Sobre la ira.

II - XXXIII. .... Disgustado G. César (Calígula) por la minuciosidad que afectaba en traje y peinado el hijo de Pastor, ilustre caballero romano, le hizo reducir a prisión, y rogándole el padre que perdonase a su hijo, cual si la súplica fuese sentencia de muerte, ordenó en el acto que le llevaran al suplicio. Mas para que no fuese todo inhumano en sus relaciones con el padre, le invitó a cenar aquella misma noche. Pastor acudió sin mostrar el menor disgusto en el semblante. Después de encargar que le vigilasen, César le brindó con una copa grande, y el desgraciado la vació completamente, aunque haciéndolo como si bebiese la sangre de su hijo. Mandole perfumes y coronas, con orden de observar si los aceptaba; los aceptó. El mismo día en que había enterrado al hijo, o mejor dicho, que no pudo enterrarlo, él, centenario, estaba reclinado en el lecho en el banquete de César, y el anciano gotoso hacia libaciones que apenas se permitían el día del nacimiento de un hijo. Durante todo el tiempo no derramó ni una lágrima, ni señal alguna reveló su dolor. Cenó como si hubiese obtenido el perdón de su hijo. ¿Me preguntas por qué? Porque tenía otro.../...El segundo hijo hubiese perecido, de no quedar el verdugo contento del convidado.

Fins aquí la narració de Sèneca, que pren com a exemple de la inconveniència d’actuar empès per la ira un fet que també cita Seutoni, fent referència sobre la crueltat de Calígula. Diu Seutoni: “Va forçar a seure a la seva taula un pare que acabava de ser testimoni de l’execució del seu fill”. Sèneca amb la seva argumentació fa evident que la ira no és la més assenyada resposta davant les injuries i les més abominables injustícies. Més endavant fa la següent reflexió i aconsella què fer per a corregir la pròpia conducta:

III - XXXVI. ¿Qué razón hay para que lo que no ofende en público, hiera en la casa, sino que allí llevamos costumbres suaves y tolerantes, y aquí desapacibles y quisquillosas? Necesario es educar y fortalecer todos nuestros sentidos que por naturaleza son pacientes: si el ánimo trata de corromperlos, debe llamársele todos los días a cuentas. Así lo hacía Sextio: cuando terminaba el día; en el momento de entregarse al descanso de la noche, examinaba su conciencia: ¿De qué defecto te has curado hoy? ¿qué vicio has combatido? ¿en qué has mejorado? La ira se calmará y hará mas moderada cuando sepa que diariamente ha de comparecer ante un juez. ¿Qué cosa más bella que examinar de esta manera cada día? ¡qué sueño el que sigue a este examen de las acciones! ¡cuán tranquilo, profundo y libre, cuando el alma ha recibido su alabanza o reconvención, y, sometida a su propio examen, a su propia censura, ha hecho secretamente el proceso de su conducta! De esta autoridad uso, y diariamente me cito ante mí mismo: en cuanto desaparece la luz de mi vista, y mi esposa, enterada ya de esta costumbre, guarda silencio, examino conmigo mismo todo el día y repaso de nuevo todas mis acciones y palabras. Nada me oculto, nada me dispenso: en efecto, ¿por qué había de temer considerar ni una sola de mis faltas, cuando puedo decirme: Cuida de no hacer eso otra vez; por esta te perdono: en tal debate has hablado con excesiva acritud: en adelante no te comprometas con ignorantes: los que nada han aprendido no quieren aprender: reprendiste a aquel con demasiada libertad, por cuya razón has ofendido más que corregido: considera en lo sucesivo no solamente si es verdadero lo que dices, sino también si puede soportar lo verdadero aquel a quien lo dices.